miércoles, 7 de octubre de 2009

La ciencia española no necesita tijeras


El viernes pasado Javier Peláez, de La Aldea Irreductible, lanzaba al ciberespacio una idea y una propuesta.
Al poco tiempo su blog se llenaba de comentarios y adhesiones.
Al poco tiempo había que crear un Grupo en
Facebook para (literalmente) varios miles de seguidores y un Hashtag para Twitter ( #TijerasNO).

Este humilde blog está en la lista de más de 800 (y subiendo) blogs que se han adherido a la iniciativa.

Razones para defender la causa de la Ciencia y protestar frente al preocupante tijeretazo que va a sufrir su partida presupuestaria hay muchas, muchísimas, y de peso.
Muy posiblemente ya han sido expuestas, y de mejor manera de como yo lo haría, en esos más de 800 espacios personales de la blogosfera (si alguien tiene curiosidad, aquí está la lista completa en un espacio creado y actualizado de forma voluntaria y desinteresada, como todo lo que está sucediendo con la iniciativa: Ciencia sin tijeras).

Mi posición en este tema parte de mi perspectiva como profesor, precisamente, de Ciencias en Secundaria.
Me resulta difícil intentar inculcar el gusanillo de la ciencia en mis alumnos, fomentarles el deseo de seguir estudiando, de continuar su formación en grados superiores cuando conozco, de primera y segunda mano, lo difícil que lo van a tener para poder desarrollar su profesión y su vocación en este país, lo complicado que puede llegar a ser tener una cierta estabilidad laboral en su trabajo.
Me resulta incomprensible que, a día de hoy, muchos investigadores españoles tengan que quedarse en el extranjero haciendo lo que realmente quieren hacer porque en este país no hay sitio para ellos. Algunos podrían ser o haber sido alumnos míos.
Me resulta difícil entender que haya que recortar dinero público para Investigación y Ciencia y que eso conlleve malgastar ese enorme capital humano que tanto esfuerzo, ilusión (y dinero, también dinero si es que queremos plantear la cuestión en términos económicos) nos ha costado a todos conseguir.

Así que, si hay que decirlo una vez, o dos, o mil, o las veces que sean, habrá que volver a hacerlo, unirse y gritarlo bien alto:


Juan A. del Pino

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